-¿Qué quieres que te diga? -le respondió el dragón-. ¡Es tu sueño!
Si vemos o escuchamos una presentación, resulta evidente que una cierta parte de nuestro cerebro se activa. En general, a partir de ese hecho en la mente empieza el procesamiento del lenguaje, para descifrar las palabras y comprobar sus posibles significados. Pero eso es todo, y aun siendo importante, nada más sucede. En cambio, cuando se nos cuenta una historia, las cosas son muy diferentes. No solo se activan en el cerebro las áreas donde se procesa el lenguaje, también otras zonas. Por ejemplo, las emociones; algo que no se consigue por medio de una simple presentación.
El arte de contar historias es muy antiguo, pero tal vez durante mucho tiempo le faltó entre nosotros una buena campaña de publicidad. Por eso, ahora nos llega desde la cultura anglosajona con una nueva denominación, storytelling. Pero no es más que la antigua magia de los cuentacuentos aplicada a nuevas utilidades: la empresa, la política, el mundo profesional, la escuela. Esta última posibilidad es la que nos interesa aquí, en Educa con TIC, y que ya hemos tratado en diversas ocasiones:
- Las historias son como un ADN cultural
- La fuerza de las palabras
- Antiguos temas para historias nuevas
- El porqué de los cuentos
- 1812-2012: Doscientos años de Grimm
- Aprendiendo de las historias
- Las galaxias del lenguaje
Por eso, si la vida nos ha confiado muchos cuentos, algunos piensan que deberíamos contárselos, de nuevo, a todos los que no puedan leer la enciclopedia de la vida. De ese modo, el tiempo y la memoria se renovarían continuamente. Y así se evitaría la confirmación de lo que alguien dijo hace tiempo: aquellos que no recuerden su historia, estarán condenados a repetirla.
“… por qué la ficción está tan literalmente enraizada en los seres humanos que no se conoce ninguna sociedad en la que no exista; por qué el interés en los cuentos o en el juego es tan universal entre los niños que su ausencia es síntoma de un trastorno grave; por qué nos importan tanto historias que sabemos inventadas y seres que no existen y nos emocionamos hasta el llanto con el artificio evidente de una representación teatral; por qué el primer instinto de cualquier narrador es despertar el interés de quien escucha o quien lee y sostener su atención hasta el final del relato: cómo es que, según dice Joan Didion, nos contamos historias los unos a los otros para seguir viviendo…”
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